domingo, 25 de octubre de 2015

Mozambique 16/07/2013 (El regreso)

De toda mi aventura en Mozambique, lo que nunca he contado ha sido como fue mi vuelta. Y no lo he hecho, para proteger a los buenos amigos que me ayudaron (aunque muy probablemente no necesiten protección alguna). Ahora, como no quiero olvidarlos, lo voy a hacer pero silenciando nombres y pistas, para no ocasionarles posibles problemas.

Me desperté por la mañana con el billete comprado pero con el problema de cómo ir hasta el aeropuerto, situado a 9 Km, sin dinero, sin vehículo y cargando con dos pesadas maletas.
El vuelo salía a las 8 de la mañana del día siguiente, así que le pregunté a Ana si me podría acercar. Y me dijo que sí; pero el tono de su afirmación me dejaba claro que llegado el momento me haría perder el avión con el perjuicio que eso supondría, para la economía de mi familia y para mi situación en Mozambique. Así que me planteé irme aquella misma tarde, como fuese y pasar la noche en el aeropuerto.
Después de comer le dije que prefería irme al caer la tarde.
- No hace falta - me dijo indignada - te puedes ir ahora mismo.
Así que subí a por mis maletas y cuando iba a salir por la puerta, oí a Ana gritar
- ¡A DONDE VAS!
- A mi casa - le respondí - pero, ¿no me has dicho que me puedo marchar ya?
- No te puedes ir sin entregarme la habitación
- ¿Pero crees que me llevo la habitación a la maleta? ¡me quieres dejar machar de una vez!
- ¡SUBE Y ENTREGAME LA HABITACIÓN!
Subimos y cuando comprobó que todo estaba en orden, que le había dejado todo lo que era suyo en su sitio, me dejó marchar.
¡Por fin!. Apenas pude despedirme de mis compañeros; solo les pude enviar una leve sonrisa desde la distancia. Yo me marchaba, me libraba del infierno y ellos se quedaban allí.
A apenas 100 de la casa, un señor, desde el interior de su vehículo, viéndome cargado con las maletas, me preguntó donde iba.
- Al aeropuerto - le respondí
- ¿Andando?
- Intentaré hacer autoestop
- Le llevo
- Pues se lo agradezco mucho, porque las maletas pesan
Camino al aeropuerto siguió la conversación.
- Le he visto salir de casa de doña Ana
- ¿La conoce?
- Si. ¿Como es que no le lleva ella al aeropuerto?
- Hemos acabado mal. Es una mujer difícil de tratar.
- Sí, si. Doña Ana está "maluca". ¿Sabía que ni su hijo la aguanta?
- Si, me ha hablado de ello.
- Aquí ha tenido problemas con los sindicatos por no pagar a los trabajadores. Están esperando otra denuncia para quitarle la concesión. ¿Quiere poner una denuncia?. Yo le acerco. Estarán encantados.
- No puedo perder el avión. Doña Ana no me ha pagado y el billete la ha tenido que pagar mi familia desde España y los billetes baratos no se pueden devolver.
- ¿Cuando sale el avión?
- Mañana a las 8
- ¿Mañana? ¿y donde va a dormir?
- En el aeropuerto, ¡que remedio!
- ¡De eso nada!, se viene a mi casa y duerme bien allí y yo le acerco al aeropuerto mañana temprano.
- No se moleste y de todas formas voy a tener que dormir en los aeropuertos a donde hago escala; un aeropuerto más que menos...
- Que no, que no, que te vienes a mi casa - dijo mientras daba un volantazo para cambiar de dirección.
Pasamos por su despacho, luego fuimos a recoger a su mujer y llegamos a su casa donde dejé las maletas.
Me invitaron a cenar en un restaurante, donde hablamos de todo.

De toda la conversación, me hizo gracias el comentario: "Pues yo pensaba que todos los españoles eran como doña Ana".
Al terminar la cena me dio el teléfono para que hiciera una conferencia a mi casa para decirle a mi familia que todo iba bien y a la hora aproximada a la que llegaría.
- En cuanto pueda tengo que visitar España - me dijo de vuelta a su casa.
- Si viene, mi casa es su casa. Es una casa modesta; no tan lujosa como la suya; pero encantado con recibirles y enseñarles mi país.
- ¿Te gusta mi casa?
- Preciosa
- Es una pena que te tengas que marchar; yo te podría presentar a mucha gente que seguro te hubiesen dado un empleo.
- Pues sí que es una pena. Si nos hubiésemos conocido antes, encantado de quedarme.
- De todas formas si quisieras volver a poner un negocio, yo te ayudaría. Aquí hay carencias de productos de farmacia, material eléctricos, lámparas y otros materiales de construcción de calidad; lo que hay es chino y malo.
Ya en su casa, me duché y me fui a dormir a la habitación que puso a mi disposición.
A la mañana siguiente, me invitó a desayunar y me llevó al aeropuerto. Allí, me dio dinero para que pudiese comer durante el viaje y como se tenía que marchar, se dirigió a uno de los policías y dándole su número de teléfono le dijo que si yo tenía algún problema, que le llamase y que vendría de inmediato a solucionarlo.
Nunca he visto una persona tan amable. Africano tenía que ser.
El viaje, demasiado largo. Hice escala en Johannesburgo y me tocó dormir en el aeropuerto de Dubai.
Al llegar a Alicante, ¡como no!, mi nuevo amigo mozambiqueño me llamó para saber si había llegado bien.
En varias ocasiones le he llamado para pedirle su dirección y así poder enviarles productos típicos españoles; sobre todo en Navidad, pero se resiste a dármelo.
Siempre estaré en deuda con él.