domingo, 23 de noviembre de 2014

Mozambique 10/07/2013

A pesar de que, se supone, es un día de descanso. Me despierto al amanecer y mirando desde mi tienda veo a Ana desayunando. Conociéndola y por la cuenta que me tiene, me tengo que levantar volao e ir a acompañarla.

Aprovecho que la situación es relajada para “ducharme” y lavar mis calcetines. Pero ¿donde lavo los calcetines? ¿tendré otra movida como la de las sardinas?. Pido ayuda a Marco; este se ofrece a lavármelos.
  • No, gracias Marco, mis calcetines me los lavo yo.
Me indica donde lavarlos y me proporciona agua y jabón, de nuevo hace el intento de ponerse a lavarlos y dándole un manotazo en las manos le digo
  • ¿Estas loco? ¡te vas a envenenar!.
Se ríe y mientras lavo, veo que le cuenta lo ocurrido a Baptista, un anciano que, como todos los demás africanos, me mira con cara de decir “otro blanco cabrón”. A partir de entonces, ambos se muestran más amables.

Nos vamos al poblado donde tenemos problemas. Tenemos que hablar con (no recuerdo su nombre) un miembro de su comité al que Ana metió en la cárcel pero que “una funcionaria corrupta lo sacó”, según su versión; pero me temo que lo sacaron por ser inocente. Ana es una denunciadora profesional; lo denuncia todo. Aquí, frente a su casa, ha denunciado a los pescadores, porque secan el pescado al sol y huele mal; a los que cogen arena, al edificio de al lado que ha conseguido paralizar, etc; tiene un archivo de denuncias muy grande que quiere trasladar a un sótano que ha descubierto en la casa y que tiene entrada secreta por la cocina. Con tanta denuncia no me extraña que tenga tantos enemigos.

La conversación es muy tensa. Ana le acusa de estar detrás de los incendios y lo amenaza con llevarlo a la cárcel de nuevo. El lugareño escucha pacientemente pero en vez de hacerlo con temor como hace todo el que tiene que aguantar los chaparrones y sermones de Ana, este la mira desafiante, esboza una sonrisa irónica a la vez que la mira con altivez. Eso me inspira una idea que me puede ayudar a volver a Beira.

Al terminar, mientras volvemos al coche, Ana me comenta.
  • A este lo meto en la cárcel otra vez. ¿Crees que he hecho bien en recordarle que está fichado y ahora será más fácil encarcelarlo?
  •  Yo no soy experto en lenguaje corporal pero la chulería de su postura, su mirada desafiante y demás, diría que este te la tiene guardada.
  • No importa lo meto en la cárcel otra vez.
  • No creo que esto le importe tampoco a él, se siente seguro con la funcionaria corrupta que le ha sacado; si lo ha hecho una vez lo puede hacer de nuevo.
  • Desde luego la que está detrás de estos incendios es esa funcionaria que quiere mis terrenos; pero no les tengo miedo. Aunque en la situación actual, desde cualquier lado me pueden pegar un tiro.
Nos marchamos en dirección a la zona de corte y en su mirada leo que está preocupada.

Al llegar vemos que ha llegado el camión que le va a llevar a los chinos la madera que nos han comprado.
  • Este camión está poco cargado – le dice Ana al conductor
  • Son 20 toneladas de madera, estamos en el límite que soporta el camión – le responde el motorista (conductor)
  • Pues a mi el alquiler del camión me resulta muy caro para la poca carga que lleva, no me es rentable. Bájenlo todo y vuélvanlo a cargar mejor con 25 toneladas.
El conductor llama a su jefe y este le pide que le pase el teléfono a Ana. Discuten y al final acuerdan llevar 23 toneladas. De paso, el camionero le comenta que las fuerzas del FRELIMO han asaltado dos coches, en Gorongosa, para robarles el dinero. Ana entre en pánico.
  • Paco, las conversaciones del FRELIMO con la RENAMO no llegan a nada y ya han empezado a asaltar coches. Tenemos que largarnos ¡YA!. Mi coche parece militar ¿crees que deberíamos cambiar el color de la lona?
  • Ana, no han asaltado coches militares; si no a coches de personas con dinero (como tú) para robarles – ¡Me voy para Beire!, pienso, la cosa esta funcionando.
  • La cosa está fea y el individuo que hemos hablado esta mañana es del FRELIMO. Pago a este trabajador que me queda, doy instrucciones a Jose Bernardo, nos vamos al campamento para recoger nuestras cosas y volvemos volados a Beire; tenemos que llegar antes de que anochezca porque nuestras vidas están en peligro y tenemos que pasar por Gorongosa y algunos otros puntos críticos.
Y así lo hicimos. Pasamos por el puesto de la policía en Nhamapassa y esta nos dice que está todo tranquilo. Llegamos a Gorongosa, lugar del asalto; nos paramos a comer en la Casa Azul (pintada de verde) y preguntamos a los locales; nos dicen que la situación está tranquila.

Antes de salir de esta ciudad, Ana me sugiere comprar unas patatas en el mercado y que las pague del dinero que me ha adelantado; “ya está bien de que viva a su costa”.

Seguimos recorrido y nos encontramos con la carretera levantada, kilómetros y kilómetros. Se nos hace de noche y el pánico invade a Ana. Todo lo agresiva que es conduciendo de día es temerosa conduciendo de noche. Los baches, los camiones que deslumbran, los negros que no se les ve y las bicicletas se te cruzan cuando sortean los baches, etc. La media es de 30 Km/h y en muchas ocasiones se para cuando vienen camiones de frente. Su nerviosismo es tal que me pregunta si puedo yo llevar el coche. Me niego; lo único que faltaba es que lo coja y me chille todo el trayecto porque todo lo hago mal.

Nos cruzamos con algunos camiones de tropas.

Nos paran dos soldados del FRELIMO, nos preguntan como están las cosas por el territorio de la RENAMO, “Todo tranquilo”, le respondemos y nos piden que les llevemos unos kilómetros. Lo hacemos. Al llegar se despiden educadamente y Ana les pide que tengan cuidado con los kalashnikov.

Por fin llegamos a Beira. Si en el viaje de ida tardamos 5 horas, en el de vuelta tardamos 9; pero como todo el mundo decía, no había porqué preocuparse, todo está tranquilo pero yo conseguí meterle miedo para que volviéramos a Beira. Ahora solo faltaba otra bronca para tener el pretexto perfecto para volver a España. Y tardó mucho menos de lo esperado. Nada más entrar por la puerta de la casa.

Pillamos a los guardias de seguridad dormidos. Bronca monumental que les cayó.

Le pregunté donde dejaba la carga que llevábamos detrás (4 motosierras averiadas, caja, neveras, etc) y me dió una mediana bronca “por que esa no era la pregunta pertinente”. Entonces volví a preguntar. ¿Donde está la llave del garaje?. Sermón y me dice que descargue dentro de la casa; pero que no coja ni un bulto, que desarguen los negros y me acostumbre a dar órdenes.

Como siempre mi trabajo es vigilar el trabajo de los demás; no obstante yo descargo las cosas más delicadas que están en la cabina (documentos, agenda y teléfono de Ana, mi equipaje, ect) mientras veo que ella sube al piso superior, supongo que para descansar. Mientras, los guardas descargan la trasera del Land Cruiser. Tengo que cerrar el coche y veo las llaves en la puerta de la casa. Las cojo y me dirijo a cerrar el coche.
  • ¿DONDE ESTÁN LAS LLAVES? – Grita Ana desde la puerta.
  • Las tengo yo – les respondo – las he cogido para cerrar el coche.
Se dirige al coche y ve que iba a cerrarlo dejando dentro 2 pilas, dos impermeables sin estrenar que siempre están en el mismo sitio y la tapa trasera de una linterna.
  • ¡IBAS A CERRAR DEJÁNDOTE ESTO DENTRO!, ¡ESTOY HARTA DE SER TU SECRETARIA!, SI TU ESTAS CANSADO YO LO ESTOY MÁS...etc, etc.
Fuera de sí arroja las llaves violentamente al interior de la casa y aguanto estoicamente un cuarto de hora de bronca. Al "terminar" me pregunta.
  • ¿Y QUE PIENSAS HACER?
  • Yo te agradecería que me dejases dormir en casa esta noche y mañana por la mañana me vuelvo a España. (No pierdo la compostura; ¿porqué habría de hacerlo?. La cosa me ha ido de maravilla. Anoche me mandaba a comer con "los negros" y 24 horas más tarde ya le estaba pidiendo volver a España. La muy gilipollas ha caído en la trampa, me ha dado lo que necesitaba para volver. Tengo la sartén por el mango; no me puede perjudicar. El máximo daño que puede hacerme es devolverme a España y con ello me hace un tremendo favor).
Entones baja el tono de la voz y empezó a explicarme lo de siempre: estamos en la trinchera, hay que espabilar, esto es África, etc, etc.

Yo le dije que no estaba cansado en absoluto, que estaba dispuesto a descargar sin ayuda alguna y si no lo he hecho es porque ella me ha dicho que de ordenes, que he descargado lo importante de la cabina y que, efectivamente iba a cerrar el coche con esas cosas dentro porque no he considerado que era necesario sacarlas; todos tenemos cosas que dejamos en el coche; pero que lo tenía controlado y si hubiese necesitado la tapa de la linterna se la hubiese dado. Añadí que el único problema lo tenía con ella que sobredimensionaba los errores más mínimos, como no aprovecharme que ella duerme para chatear con mi familia, mancharme los dedos de sardina al abrir una lata o dejarme la tapa de una linterna en un coche cerrado. ¿Que pasará cuando cometa un error que ocasione un perjuicio real a la empresa?.

Siguió con sus consejos sin admitir su característica cólera (que me confesó los primeros días que había heredado de su padre).

En fin, que como me vio dispuesto a irme, me dijo que no era tan fácil, y que volviéramos a hablarlo por la mañana.

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